Ni tan mal
Bueno, pues Sánchez ya nos ha vuelto a explicar lo bien que va España. Y esta vez, es de agradecer, sin recurrir a cohetes, motos, locomotoras u otros artefactos susceptibles de ser pilotados, una actividad en la que ya sabemos que a nuestro gran timonel no le hace sombra ni Marc Márquez. Por eso se aferra a los mandos, quién mejor que él para guiarnos a través de la tormenta y llevarnos a buen puerto. Y además con velocidad y buen ritmo, cualidades imprescindibles para ser un gran piloto. En sólo 19 segundos despachó todo lo relacionado con la corrupción en su comparecencia de fin de temporada, a una velocidad que parecía permitirle escapar de la realidad, de sus relaciones chabacanas y delincuenciales e incluso de esa España que dice gobernar.
Lo que no deja de resultar curioso es lo mal que casa últimamente la opinión de la gente con los discursos de Sánchez. Debe ser que los españoles no le entienden, o peor aún, que son incapaces de comprender la suerte que tienen de que un tipo como él haya aceptado sacrificarse, no hay más que ver su aspecto ajado y desnutrido, para sacar adelante este país. Porque si no, no hay quien entienda que con lo bien que va todo, que mientras gozamos del mejor gobierno de la galaxia, dos de cada tres españoles quieran que Sánchez convoque elecciones.
Claro que tampoco es fácil entender por qué, con lo bien que lo está haciendo, con esos datos económicos que quitan el sentido, con esos avances sociales que ya quisiera Suecia, con ese bienestar, esa igualdad y esa inclusividad que nos proporciona y con ese ahínco con el que combate el cambio climático, Sánchez se resista a convocar unas elecciones que, atendiendo a su relato, debería ganar con una amplia mayoría absoluta. Si hasta Tezanos se lo dice, más de siete puntos de ventaja sobre el PP. Si yo fuera el presidente, en agosto no se iba nadie de vacaciones, todos a votar o a hacer cola en las oficinas de correos como hace un par de años.
Claro que igual algún cenizo de su equipo le ha podido comentar que según otras encuestas, las que hacen empresas sin las dotes visionarias del CIS, el panorama no es tan maravilloso. A mi esta semana me ha llamado la atención una de Sociométrica. Y no porque diga que al PSOE se le caen más de un millón de votos desde las elecciones de 2023, esas que perdió prometiendo que nunca habría una amnistía y que traería a Puigdemont a España para ser juzgado. No, es por la nueva afición que le he cogido a la numerología, gracias a Elisa Mouliáa, que como vimos la semana pasada se comunica con el universo a través de los guarismos. Tal vez recuerden que el 7 es el número "del silencio que arde y de la verdad". Bueno, pues resulta que según Sociométrica, en unas pocas semanas Sánchez ha perdido 7 puntos de popularidad, (en mayo era del 30,3% y ahora del 23,3%) y nada menos que 7 de cada diez españoles quieren que dimita.
Pero por mucho que se empeñen algunos en amargarle el verano, a Sánchez se le ve feliz. "Ni tan mal", que dice ahora, tal vez tratando de recuperar algo de esa juventud perdida con un lenguaje adolescente y desenfadado. Es un camino para explorar por sus escribidores de discursos y quizá a la vuelta del verano nos cuente que lo de presentar unos presupuestos no renta, que la UCO sirve coño con sus informes o que la propuesta de Yolanda para que trabajemos menos cobrando lo mismo es PEC, aunque sus socios no la apoyen. Y punch.
Pero a mi me da que entre ese "somos más, muchos más", de hace un par de años por estas fechas y el "ni tan mal" de ahora hay una cierta resignación, una relativización del deterioro. Es como si Sánchez hubiese pasado de la euforia de la aritmética sumatoria a conformarse con aguantar, administrando con cautela una debilidad imposible de disimular. Ese "ni tan mal" es la prueba subliminal de que el presidente ya empieza a reconocer lo que todos ya saben. Que sólo es capaz de aprobar lo que la derecha quiere. Ya sea porque alguna ocurrencia le parece bien a Junts y al PNV, o porque para algún asunto indispensable, como la aprobación de las entregas a cuenta a los ayuntamientos y comunidades, consigue el apoyo del PP.
Vamos que tenemos un gobierno de coalición progresista en el que gobierna la derecha y que se mantiene gracias a una mayoría de bloqueo formada por unos socios que siguen apoyando al presidente para ver si le pueden sacar algo más, con la excusa de que si no le siguen apoyando gobernará la derecha. Un o nosotros o el caos, aunque el caos seamos también nosotros, pero da igual, porque nada en la política española tiene ya ningún sentido.
Sánchez se va de vacaciones, muchos españoles también, pero el sanchismo está en la UCI por mucho que nos cuente el presidente. Con esa corrupción por la que intenta ahora pasar rápido y ligero como los que caminan sobre las brasas. Y los intentos para desactivarla con el comando Leire, la ley Bolaños o el asalto al Supremo no parecen funcionar. O la incapacidad legislativa derivada de la debilidad parlamentaria. Para esto tampoco parecen servir los remedios de la financiación singular ni el tratamiento de choque de la amnistía.
Están luego las agresiones externas, como ese empeño de Bruselas en pronunciarse sobre la ley de autoamnistía, de inmiscuirse en la OPA del BBVA o de revisar si este Gobierno cumple con sus compromisos antes de seguir entregando más fondos, que ya hay que ser pejiguero y remirado, con lo bien que lo hacemos todo aquí. Por no hablar de las cosas de Trump con el gasto militar, la OTAN o los contratos con Huawei, esa empresa china intachable y tan generosa con Pepiño y con Zapatero y sus hijas que bien merece que le confiemos todos nuestros secretos.
Pero por mucho que Sánchez espere, como dijo el lunes "que la actualidad nos deje descansar", no sé yo si va a tener unas vacaciones tranquilas. De momento la nueva afición de Puente por revisar currículums, como si hubiese en España un solo político con preparación adecuada para dirigir un gobierno o un ministerio, empezando por él, ha revelado que el comisionado del Gobierno para la dana presentó un título falso para hacerse funcionario. Tampoco sé si descansará bien el fiscal general por mucho que Sánchez crea en su inocencia. Pero vamos a disfrutar de las vacaciones, que el verano también se acaba.