Las mentiras que nos cuentan
La mentira existe desde que los humanos nos convertimos en los seres inteligentes del planeta, aunque ya antes los homínidos, los animales, incluso las plantas, utilizaban engaños y tretas con las que sobrevivir. Encerrados con llave los principios, en la actualidad la mentira institucional triunfa más que nunca por obra y gracia de la tecnología. Y porque ha encontrado en la política del momento su mejor caldo de cultivo. Con guante blanco, el fin justifica los medios más que en cualquier otro tiempo.
La mentira está asociada a nuestro comportamiento. En el fondo, no es más que un maquillaje, una forma de mejorar la propia imagen, de quedar bien o lo menos mal posible. También es un arma de manipulación masiva en el ámbito político. Todo el mundo miente, aunque unos muchísimo más que otros. Hay quien se disculpa amparándose en aquello de que la mentira es la mejor forma de autodefensa y hay quien dijo que "más vale ser vencido diciendo la verdad, que triunfar por la mentira". Fue Gandhi, claro.
Se pude engañar a los demás o a uno mismo. Esto último viene a ser de tontos o de enfermos. O de estúpidos. Hay quien se cree sus propias mentiras y las convierte en dogma de fe. La complejidad de la mente humana alberga todo tipo de explicaciones al respecto. Una de ellas está en el poder, en aferrarse a la influencia, al dinero, a creerse alguien importante por ostentar un cargo público, un puesto, un sueldo o unas prebendas.
Por poner sólo unos ejemplos, estos días nos enteramos de que Maduro ha vuelto a ganar unas elecciones en Venezuela, que China ha reducido sus emisiones de CO2, de que Putin negocia un alto el fuego en Ucrania o de que la tal Leyre Díez no pinta nada en el PSOE. No hace falta ser un lince ni el más listo de la clase para poner en duda todo ello. No me creo nada. Al contrario, estoy convencido de que son mentiras tan grandes como la bajeza moral de quienes las protagonizan. Y quien viva de la sopa boba o el que desee creer en los Reyes Magos, adelante con los faroles... Menuda tropa.
En España nos hemos acostumbrado a tragar, por citar un caso, con los falaces sondeos electorales del CIS. No hay vergüenza, ni propia ni ajena. La mentira financiada con los impuestos que pagamos los ciudadanos se hace oficial. No pasa nada, aquí podemos con eso y con mucho más. Las tendenciosas interpretaciones demoscópicas de Tezanos serán motivo de crítico análisis en el futuro en las facultades de sociología (y de psicología). Cuestión de tiempo.
La política española no pasa por su mejor momento. Lo sabemos todos. Ya ni se cuidan ni importan las formas. Vivimos tiempos en los que listillos, 'fontaneros', mangantes, vividores y mentirosos campan a sus anchas por las instituciones públicas. Los hay incluso que ocupan altísimos cargos de responsabilidad. Todos ellos tienen en común una adecuada puesta en escena, una interpretación supuestamente aseada y la virtud de que saben mentir sin ponerse colorados, muy al contrario sueltan las 'fakes' con tal naturalidad que el personal las compra por aquello de la afinidad ideológica.
Después de tantos años ejerciendo el bendito oficio del periodismo, reconozco que me han colado un montón de trolas, que a su vez he trasladado -sin mala intención- a lectores, oyentes y telespectadores. De algunas, seguro, todavía ni soy consciente, pero de multitud de ellas sí que me he percatado en el momento o al cabo del tiempo (lo he contado en alguna ocasión). Maldita la mentira oficial y malditos sus mentirosos. Y quien no quiera caldo... A la vejez, viruelas.